Cada día, desde su debilidad daba unas breves charlas de
cinco a siete minutos sobre el propio hogar.
Cuando estaba acostado bajo los árboles del bosque de Sala en
Kusinagara, el Buda se dirigió por última vez a sus discípulos insistiendo
sobre la importancia del Dharma, de la enseñanza. Quería que la enseñanza y no
una persona fuera el maestro de sus discípulos.
Les dijo:
“Sed vosotros mismos vuestra propia lámpara. Sed vosotros mismos vuestra
propia isla. Vuestro recurso. No dependáis de nadie.
Que mi enseñanza sea vuestra lámpara, que mi enseñanza sea vuestra isla,
vuestro propio recurso, vuestro propio hogar. No dependáis de otra enseñanza.
Mirad vuestro propio cuerpo, observad hasta qué punto es impuro. Si sabéis
que el placer y el dolor son causa de sufrimiento, ¿cómo podéis dar curso libre
a vuestros deseos?
Si observáis vuestra mente, veréis que todo es cambiante. ¿Cómo podéis ilusionaros
con ella y alimentar vuestro apego y egoísmo si sabéis que estos sentimientos os
conducirán inevitablemente al sufrimiento?
¿Podéis encontrar algo que permanezca en todo esto? Son agregados que
antes o después se separarán y dispersarán.
Cuando constatéis la universalidad del sufrimiento, no temáis. Para
liberaros de él seguid mi enseñanza, incluso tras mi muerte. Si lo hacéis así
seréis en verdad mis discípulos.
Nunca olvidéis las enseñanzas que os he dado. Ni dejéis que se pierdan.
Conservadlas, estudiadlas, practicadlas. Siempre seréis felices si seguís mis
enseñanzas.
Lo más importante de mi enseñanza es que observéis vuestra mente.
Abandonad la avidez y mantened vuestro cuerpo erguido, vuestra mente pura, sed
sinceros en vuestras palabras.
Si continuamente os acordáis del carácter pasajero de vuestra vida,
seréis capaces de poner fin a los velos de la avidez de la cólera y de la
ignorancia y de evitar el mal.
Sed dueños de vuestra mente, la mente hace de un hombre un despierto o un
animal. Equivocado se convierte en un demonio, despierto en un Buda. No dejéis
que la mente se separe del Noble Camino.
Respetaos los unos a los otros, no seáis como el agua y el aceite que se
repelen, permaneced como el agua y la leche, íntimamente mezclados.
Practicad, estudiad, enseñad juntos.
No malgastéis vuestra mente y vuestro tiempo permaneciendo inactivos o en
vanas discusiones y peleas.
En su estación gozaréis de las flores del despertar y recogeréis el fruto
del Justo Camino.
Yo he seguido este mismo camino y de él saqué mis enseñanzas. No lo
descuidéis. Seguidlas en toda circunstancia. Si no las practicáis, aunque
estemos juntos, estaremos separados. Si no descuidáis estas enseñanzas, aún
separados estaremos unidos.
Se acerca mi fin, nuestra separación no puede tardar, pero no os
lamentéis. La vida es continuo cambio. Cada cuerpo se disuelve, os lo voy a
demostrar con el mío propio que se deshace como un carro abandonado. No os
lamentéis en vano, más bien admiraos por esta ley de impermanencia y daros
cuenta hasta qué punto está vacía la vida humana.
No alimentéis el absurdo deseo de qué queréis que permanezca lo que es
transitorio.
Proteged solamente vuestro espíritu rompiendo los lazos del deseo,
tratadlos como si fueran una víbora. Proteged vuestro espíritu en serio.
Queridos discípulos, ha llegado mi último momento, pero no olvidéis que
la muerte es sólo la disolución del cuerpo físico; para el que es inevitable,
la enfermedad, la vejez y la muerte.
El verdadero Buda no es un cuerpo humano. Es el Despertar. El cuerpo ha
de desparecer, pero la sabiduría del despertar, permanece eternamente en la
verdad del Dharma, en la práctica del Dharma.
Me ve de verdad, no el que sólo ve mi cuerpo, sino el que acepta mi
enseñanza. Tras mi muerte si queréis ser fieles a mí, seguid el Dharma, el será
vuestro maestro.
Durante los últimos cuarenta y cinco años últimos de mi vida no he tenido
ningún secreto. Nunca he mantenido en secreto nada de mi enseñanza. No hay ni
enseñanza secreta, ni sentido secreto. Todo ha sido enseñado abierta y
claramente.
Mis queridos discípulos, este es el fin. Estas son mis últimas
enseñanzas”. (Kyokai, B. D. 1980).
(Extracto de “La enseñanza del Buda”, Bukkyo Dendo Kyokai, Tokyo)
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